viernes, 10 de junio de 2011

Caramelos de menta



El calor del sol vespertino acariciaba su tierna piel acunándola en un dulce adormecer, alejándola de los ecos de las voces que la llamaban. Era feliz. Su felicidad se podía atrapar en sus sonrientes y rosados labios, en su negro cabello ensortijado liberado de unas perfectas trenzas, en sus brazos y sus pies refrescados por la húmeda hierba… Inocencia. ¿Era feliz o inocente? Ambas cosas. La inocencia es felicidad cuando tan sólo se tiene 8 años, como ella, pero aún es pequeña para saberlo y sigue disfrutando del placentero sueño que le proporciona los rayos del sol hasta que, la sigilosa brisa susurra con mimo su rostro, despertándola cariñosamente con un mensaje un tanto incomprensible: caramelos de menta. -”¿Caramelos de menta?”- pensó para sí y, sin saber porqué se levantó de un respingo, dejó que sus pequeños pies caminaran por la vereda hasta llegar a la alameda, donde se sentó en una cómoda piedra bajo la frígida sombra. Recogió con sus manos un puñado de piedrecitas, lanzando una a una al río, intentando romper el silencio de las rumorosas aguas con el chapoteo.

      -¡Eh! ¡Me vas a sacar un ojo!-exclamó una voz desde la indivisable orilla del río. Era él, otro feliz inocente que disfrutaba del arrullo del sol.
      -¡Perdona, no era mi intención molestarte! ¡Tan sólo descansaba un rato antes de seguir buscando!-gritaba desde lo alto la niña.
Él, aún adormecido, se levantó con torpeza y corrió hasta ella:
      -¿Qué buscas? Por aquí no hay nada que encontrar, nada interesante que buscar.
      -No sé que busco, tan sólo sé que me he despertado con la necesidad de buscar caramelos de menta.
      -¿Caramelos de menta? ¡Qué cosa más extraña! Si dijeses que buscabas el jardín secreto…Me lo creería, porque yo busco uno.
      -¿El jardín secreto? ¿Por qué buscas uno?
      -No me gusta lo que veo y siempre he soñado con encontrarlo, para colgarme en sus ramas, oler sus flores y bañarme en su lago…Para escapar de lo que no me gusta y ser un poco más feliz- confesó el risueño niño de ojos verdes.
      -Mmmmmm…-pensó ella mientras sus negras pupilas miraban la expectante mirada de manzana- ¡Ven conmigo!

Cogió su mano tirando de él mientras corrían por el resplanceciente verdor de la hierba. Ella sabía donde iba, él no, pero un sentimiento de miedo, sorpresa y alegría le inundaba el corazón; no sabía porqué se dejaba llevar por aquella niña que acababa de conocer, pero su
deseo de encontrar el jardín secreto le hizo arriesgar.

Se pararon en seco ante un gran muro invisible por el tapiz de yedra que lo adornaba. Ella, segura de lo que hacía, levantó una cortina de enredadera descubriendo una pequeña puerta. Abrió la puerta y, un lugar de fantasía real se abrió para ellos: los árboles frutales llenos de frutas; los rosales, azaleas y campanillas les daban la bienvenida con sus tintineantes aromas; el lago, límpido y cristalino albergaba los nenúfares mas bellos y, los majestuosos cisnes bailaban entrelazando sus cuellos. El placer de haberse realizado sus deseos se tranformó en brincos, risas y sonrisas:

        -¡Guau! ¡Es el jardín secreto! ¡Sí!- él, rió gozoso y mirándole a los ojos le agradeció el haberle conocido aquel día- He encontrado mi jardín.

Ella, sosteniendo su rostro entre sus manos y mirándole sus deliciosos ojos, se acercó y le besó los párpados.

        -Y yo mis caramelos de menta.”

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